LA SAMARITANA
Los Oaxaqueños, desde hace mucho tiempo, contamos con una tradición muy hermosa que es “La Samaritana”, la cual se realiza el Cuarto Viernes de Cuaresma, y consiste en repartir aguas frescas a las afueras de los Templos Católicos, además que se ha extendido a Instituciones Educativas y de Gobierno. La intención de esta fiesta es dar de beber a todo aquel sediento, evocando el pasaje de San Juan (4, 7-42), en el que Jesús le pide de beber a una mujer de Samaria, a pesar de la hostilidad y división religiosa que existía entre los pueblos Judío y Samaritano.
Que bueno sería que esta tradición no sólo se celebrara en Oaxaca, sino en todos los pueblos de la Tierra, pero sin perder su verdadero sentido, que es recordar el diálogo de Jesús con la Samaritana, pues éste tiene un importante mensaje teológico, ya que habla sobre los más profundos misterios de Dios. Juan Pablo II, en su Carta Apostólica “Mulieris dignitatem” (MD), menciona que Jesús conversa con la Samaritana sobre el don infinito del amor de Dios, que es como "una fuente que brota para la vida eterna" (Jn 4,14); le habla de Dios, que es Espíritu, y de la verdadera adoración que el Padre tiene derecho a recibir en espíritu y en verdad (Jn 4,24); le revela, finalmente, que Él es el Mesías prometido a Israel (Jn 4,26)” (MD, 15).
Analizándolo y comparándolo con nuestra vida actual, lo que Jesús le dice a aquella mujer de Samaria, está también dirigido a cada uno de nosotros. Te cito algunos ejemplos:
“Dame de beber”. Jesucristo sigue pidiéndonos de beber, pero no en su propia persona, sino en todo aquél que necesita de nuestra ayuda tanto material como espiritual.
“Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que nosotros los judíos, adoramos lo que conocemos”. En la vivencia de nuestra fe, tristemente actuamos más como samaritanos que como judíos, porque no conocemos lo que adoramos; lo digo porque hicimos largas colas para recibir ceniza el primer Miércoles de Cuaresma, pero durante todos los domingos del año no acudimos con ese mismo ánimo a recibir la Eucaristía, en donde está presente Jesucristo, que es el Verdadero Dios, a quien adoramos.
“Ese (El Mesías) Soy Yo, El que habla contigo”. Esto nos lo dice Jesús en cada prójimo, es decir, en nuestro cónyuge, hijos, vecinos, compañeros de trabajo, empleados, etc.; en cada uno de ellos está Jesucristo hablándonos todos los días, pidiéndonos “el agua” de nuestro amor, atención, comprensión y respeto.
El Evangelio también narra que al llegar los apóstoles, la mujer dejó ahí su cántaro y corrió al pueblo a decirle a la gente lo que había ocurrido. Sería genial que cada uno de nosotros acudiera a Cristo, y dejara con Él su propio “cántaro” lleno de penas, preocupaciones y pecados; para después, sin carga alguna sobre los hombros, correr, como la Samaritana, a hablarle a todos nuestros hermanos de ese encuentro personal con Jesús, haciendo que, con nuestro testimonio, muchos conozcan a Cristo y acudan a El no sólo a calmar su sed física, sino sobre todo a beber de esa “Agua Viva” que apaga la sed del espíritu y que se convierte en un chorro que salta hasta la vida eterna.
Agripino Vásquez
